Cuando la elgancia hace su aparición, consigues olvidar esa quimera de Stallone o Bacon queriendo estirar esas pieles que nunca fueron bellas o esa locura de Michelle Pfeiffer que ha perdido la mirada de tigresa en pos de una mirada de gato harto repetida en las alfombras rojas.
Pero entró ella, elegante con sus gafas, sus arrugas que la hacen más bella si cabe y su discurso. Me hizo pensar que llegar a esa edad no es un drama aunque tu compañero de cama no le queden ya muchos inviernos que vivir contigo. Ayer me pareció que ser Annette Bening era como un momento de playa en invierno, en el porche tapada con una manta y con un té contemplando el Pacífico. Ser Annette Bening es decidir que la edad no importa si el amor es inmenso. Como diria Eastwood en "Los puentes de Madison", "this kind of certainty just come once in a life". Ayer como siempre, como cada momento que respiro, sentí que el cine era magia, porque está hecho por gente como ella, bella, elegante y valiente. Quiero tener momentos Annette en mi vida para poder expresar con delicadeza, fortaleza y coherencia lo que quiero al mundo, para poder oler el Pacífico desde ese porche ficticio en Malibú.
Nos os perdais el discurso de agradecimiento, de lo mejor que se escucha en años.
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